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El estrés actual, necesitamos tiempo propio

Publicado por Unknown el jueves, 7 de mayo de 2015 | 9:17 p.m.

Michel de Montaigne, un filósofo y escritor de origen francés, apuntaba en uno de sus ensayos que el tiempo es el único gobernante permanente y absoluto en el Universo. Un gobernante escrupulosamente justo, que trata a todos de forma absolutamente igual, sin distinción de ningún tipo y, por esto, el gran nivelador ante el que todos son iguales. Todos tienen la misma cantidad de tiempo y la misma libertad de elección sobre lo que hacen con él.


Haciendo una reflexión sobre estas palabras, es imposible no pensar en la gravedad con la que abordamos este tema. Es triste encontrar todos los días a tantas personas que descuidan su tiempo. Y es que nos hemos convertido en una sociedad enferma que ha perdido la capacidad de experimentar de forma genuina, de callar y contemplar, de comprender, escuchar, aprovechar, de mirar detenidamente, de tomarse el tiempo. Vivimos en una “cultura del estrés”, predicada y adorada por muchos. Codiciada y sobrevalorada por otros tantos. Es la cultura del “no tengo tiempo para nada”, de esos pobres adictos al trabajo que viven como si portaran una medalla en el pecho, orgullosos de no tener tiempo. Y perciben al estrés como su templo particular, como si fueran un ejemplo a seguir de vidas ocupadas y cosas por hacer, de cosas acumuladas. Las tareas, las reuniones, las fechas límite. Este tipo de personas parece no darse cuenta que el éxito no está en la falta de tiempo, sino todo lo contrario. Personas que hacen del estrés una parte integral de su existencia, de su personalidad. Peor aún, piensan que es “bonito”, que las cosas son así, le guste a quien le guste, le pese a quien le pese y la vida sigue… a las carreras, por supuesto.

Es un requisito andar siempre con prisa si quieres sacar lo mejor de esta vida. Debemos vivir cansados. Obtener resultados. Por qué así es como se hace. Se requiere que consumas, que negocies, que poseas. Nunca se trata del ser, jamás del ser, la vida no tiene tiempo para ese tipo de drama. El éxito no pierde tiempo con las puestas de sol.



David Brooks, un escritor y pensador del The New York Times, escribió en su libro “The Road to Character“, que “vivimos en una sociedad que nos impulsa a pensar en cómo tener una gran carrera, pero deja a muchos de nosotros desarticulados sobre cómo cultivar la vida interior”. No puede tener más razón. La presión en la que vivimos por tener “éxito” y “admiración” nos transforma en un colectivo feroz y competitivo, boicoteando la calidad de vida, recorriendo un camino totalmente contrario a esto. En la mente del autor, todo ese estrés al que las personas están tan acostumbradas, y con el que han aceptado vivir, provoca un ruido, haciendo que sea mucho más difícil escuchar los sonidos que emanan de las profundidades de nuestro ser, limitando el espacio a la creatividad y espiritualidad. Es decir, el estrés, las prisas, el exceso de trabajo no hacen más que destruir nuestra identidad individual y la búsqueda de una vida plena. El autor asegura que es necesario auto confrontarse, en lugar de abrazar la cultura del estrés. El libro incentiva a una reacción “elegante” para hacer frente a la superficialidad de la cultura del estrés, en lo que el autor llamada “mediocridad moral de autosatisfacción”, que define a la vida moderna.

Una vida que sigue por los almuerzos de quince minutos, por las horas que no se pasan con los hijos, con la familia. Continúa entre noches mal dormidas, cenas a destiempo, conversaciones pérdidas, cumpleaños olvidados y cervezas que se calientan. Se sigue entre lunas que no fueron contempladas, naturaleza ignorada, vacaciones pospuestas. Por la falta de diálogos, por los celulares encendidos y los pasos apresurados. Es esa la vida que la sociedad conoce, vive y acepta. Es esa la vida que a muchos les encanta vivir.

Y la vida, que es bella, encuentra en este tipo de gente su más trágica definición: “la vida es corta”. La vida es corta para quien se considera más importante que ella. La vida es corta para quien se entrega a la tiranía del trabajo sin medida, de la ambición desenfrenada, de las triquiñuelas de la palabra “éxito”. Que nos perdone Benjamin Franklin y sus célebres palabras “time is money“. No es así, de ninguna forma. El tiempo es algo mucho más valioso que el dinero, mucho más completo, mucho más generoso, infinitamente más necesario. No, la vida no es corta, simplemente es suficiente.


Pero es necesario que sepamos vivirla. Y saber vivir es saber cuándo dejar de correr. Acaso no viviríamos con mayor plenitud si nos tomáramos con más calma las cosas, las personas y las circunstancias. Si supiéramos lo que es la moderación, si tuviéramos la capacidad de combinar todas las necesidades de una forma igual e integrada en nosotros mismos. Pero no, que forma más asquerosa de vivir la vida, entre una reunión y otra, entre una llamada y otra, entre una ambición y otra.

Aquellos que viven corriendo no cierran los ojos ni abren los brazos, tampoco se arriesgan a la vulnerabilidad de lo espontaneo, ni se pierden en la lógica. Hay que perder la agenda y las previsiones. Ser desprevenido. Y, aun así, estar satisfechos. Tener más la cabeza en las nubes que los pies en la tierra. Quitarse los zapatos y andar descalzo. Desconectar el celular. Reír, llorar, viajar, llamar a alguien para ir a bailar. Comprar flores. Cocinar. Aprender que el éxito depende de la resta y no de la suma, saber que menos es más. Aprender a ser generosos con nosotros mismos. Ser generosos con el propio tiempo. Ámate a ti mismo y, por favor, tomate el tiempo.




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