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Hans, el caballo que sabía matemáticas

Publicado por Unknown el viernes, 4 de septiembre de 2015 | 6:58 p.m.


En el ocaso del siglo XIX, un profesor de matemáticas llamado Wilhelm Von Osten pretendía hacer algunos avances científicos desde la comodidad de su hogar en Berlín. Entre otras cosas, Wilhelm era un seguidor de la frenología, actualmente una teoría desacreditada en la que se proponía que, a partir de la forma de la cabeza, podían determinarse rasgos como la inteligencia, el carácter y la personalidad. Pero su principal interés estaba puesto en la inteligencia animal que a últimas fechas había ganado cierta popularidad.

Von Osten tenía la certeza de que los humanos habían menospreciado gravemente las habilidades e inteligencia de los animales. Para demostrar que su hipótesis era correcta, él mismo se encargó de enseñar matemáticas a un gato, un caballo y un oso. El felino se mostró indiferente a las enseñanzas del profesor, y francamente el oso parecía muy hostil, pero el semental árabe apodado Hans se mostró prometedor. Con cierto “tutelaje”, el caballo Hans aprendió a golpear con su pata los números que se escribían en la pizarra. Para el asombro de Von Osten, al escribir un “3” en el pizarrón, el pupilo equino respondía con tres golpes en el suelo, una hazaña que Hans podía repetir con cualquier número menor que diez.




Motivado por su éxito, Von Osten intentó llevar a su alumno a un próximo nivel. El profesor trazó algunos problemas aritméticos sencillos en el pizarrón, y trató de explicar al caballo los significados de los símbolos. Hans no tuvo problemas en seguir aprendiendo, y en muy poco tiempo ya estaba respondiendo a una variedad de problemas matemáticos entre los que se incluían raíces cuadradas y fracciones muy básicas. A todas luces Hans demostraba que era un caballo inteligente.

Desde el año 1891, Von Osten comenzó a llevar al “Inteligente Hans” por toda Alemania para mostrar las habilidades matemáticas del animal. A medida que la noticia empezó a propagarse, las demostraciones gratuitas que ofrecía Hans comenzaron a atraer a multitudes cada vez más grandes y curiosas. Pocas veces quedaron decepcionados.

“Si el primer día del mes cae en Miércoles – preguntaba Von Osten a Hans, que había aprendido a responder preguntas verbales –, ¿en qué fecha cae el siguiente Lunes?” Esta pregunta era seguida de seis golpes de cascos sobre el suelo. “¿Cuál es la raíz cuadrada de dieciséis?” Cuatro golpes. Von Osten también explicaba a la maravillada multitud que Hans podía deletrear palabras con sus cascos, donde un golpe de casco era una “A”, dos golpes una “B”, y así sucesivamente. Después, Hans pasaba a demostrar su talento deletreando los nombres de las personas presentes. También podía especificar la hora del día. Pese a que se equivocaba de vez en cuando, su porcentaje de aciertos rondaba el 90%. Algunas estimaciones dicen que las habilidades de Hans con las matemáticas eran equivalentes a las de un niño de 14 años.


Como era de esperarse no faltaron los escépticos, especialmente después que el New York Times destacó el caso con una historia en la portada titulada “Berlin’s Wonderful Horse”. El Consejo de Educación alemán solicitó una investigación independiente sobre las habilidades de Hans, y Von Osten estuvo de acuerdo. Después de todo era un hombre de ciencia, y sabía que no había tramado un fraude. Los miembros del Consejo requirieron la participación de diversas mentes científicas (y no científicas) para integrar la Comisión Hans, entre estos se incluían a dos zoólogos, un psicólogo, un entrenador de caballos, algunos docentes y un presentador de circo. Tras una serie de extensas pruebas, en 1904 la Comisión concluyó que no había ninguna artimaña tras las respuestas de Hans; por lo que se pudo afirmar, según las evidencias, las habilidades del caballo eran auténticas.

Después de esto la Comisión Hans pasó el control de la investigación a Oskar Pfungst, un psicólogo con algunas ideas novedosas sobre cómo desentramar el misterio. Lo primero que hizo fue levantar una carpa para resguardar sus experimentos, después eliminó agentes contaminantes del exterior, como los estímulos visuales. Con la finalidad de producir un conjunto suficiente de datos, el científico elaboró una enorme lista de preguntas, y con toda claridad definió las diversas variables a ser evaluadas. Así comenzó la evaluación de Oskar Pfungst al Inteligente Hans.

Como es de suponerse, Hans respondió muy bien cuando las preguntas fueron hechas por su maestro, Von Osten. También recibió porcentajes muy altos de aciertos con otros interrogadores bajo condiciones normales. Pero cuando el experimento solicitó que el interrogador se alejara, algo interesante sucedió: la precisión del equino en las respuestas disminuyó, aunque no quedó claro de inmediato a qué se debía.

Las dos últimas variables resultaron las más esclarecedoras. En las circunstancias donde el interrogador no sabía las respuestas de antemano, la precisión de las respuestas de Hans caía estrepitosamente a cero. Lo mismo sucedía cuando el interrogador quedaba fuera de la vista del caballo. Aparentemente, la inteligencia de Hans dependía de tener una vista sin obstáculos de la persona que sabía la respuesta correcta. Los investigadores también descubrieron que bombardear al caballo con preguntas que no podía contestar resultaba en mordidas dolorosas.

Pfungst dio seguimiento a los experimentos pero esta vez haciendo énfasis y observando la interacción entre los seres humanos y Hans. El psicólogo rápidamente notó que aspectos como la respiración, la expresión facial y la postura de cada interlocutor se modificaban involuntariamente cada vez que el casco golpeaba, evidenciando ligeramente algunos aumentos de tensión. Cuando se hacía el grito de “correcto”, esa sutil tensión se esfumaba rápidamente del rostro de la persona, lo que Hans había interpretado como una señal para dejar de golpear. Pfungst dedujo que esta tensión no estaba presente cuando el interrogador no sabía la respuesta correcta, lo que provocaba que Hans se quedara sin su indispensable retroalimentación.



Aunque el experimento demostró claramente que el caballo no tenía ninguna noción de las matemáticas, también permitió descubrir un concepto extraordinario. Hans no se había instruido en el arte de los números para saber las respuestas, pero sí aprendió a interpretar señales sutiles e inconscientes que se manifestaban universalmente en todos sus interlocutores. Hay evidencia que apunta a que los caballos pueden tener una mayor sensibilidad al lenguaje corporal, quizá como un aspecto importante de su interacción social con otros de su misma especie.

Cuando descubrió estas señales, Pfungst fue capaz de rivalizar en exactitud con Hans al ponerse a él mismo en el papel del caballo, tocando sus respuestas a los investigadores y manteniendo la mirada en su lenguaje corporal. Y lo que resultó aún más interesante es que los investigadores fueron incapaces de suprimir estas señales sutiles, incluso cuando estaban conscientes de ello.

En los años posteriores se descubrió que muchos animales poseían sensibilidad a este tipo de señales provenientes de sus amos humanos. En la actualidad, el término “Efecto Inteligente Hans” es usado para hace referencia a la influencia de señales sutiles y no intencionales de un interlocutor hacia el interrogado, tanto en animales como en humanos. Para evitar que aspectos como el prejuicio y el previo conocimiento contaminen resultados experimentales, la ciencia moderna recurre al método doble ciego en donde tanto investigadores como voluntarios no están conscientes de muchos detalles del experimento hasta después que los resultados son obtenidos. Por ejemplo, cuando se entrenan a los perros detectores de narcóticos, ninguna de las personas presentes tiene conocimiento de en qué contenedor se encuentra el paquete de drogas; de lo contrario el lenguaje corporal podría revelar la ubicación y hacer que el ejercicio resultara inútil.

Wilhelm Von Osten nunca aceptó la explicación científica ofrecida sobre el Inteligente Hans, por lo que él y su caballo siguieron presentando su espectáculo de matemáticas y lenguaje corporal en toda Alemania durante algún tiempo. Durante estas presentaciones, el dúo logró atraer a grandes multitudes y entusiastas. Aunque el caballo Hans no tenía conocimiento algunos de matemáticas y comprendía débilmente el alemán, su habilidad para engañar a propios y extraños durante tanto tiempo, sin lugar a dudas, le da algo de mérito y derecho legítimo a la inteligencia. Tomando en cuenta sus dones para leer un lenguaje corporal sutil, Hans habría sido el terror en los juegos de cartas.




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